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viernes, 2 de octubre de 2009

La buena vida (en sitios de mala muerte)



Una idea que no es peligrosa ni siquiera debería considerarse una idea, opinó el patrón Oscar Wilde hace más de cien años, cuando era todavía demasiado pronto para decirle al mundo que la mejor manera de vencer a una tentación es cediendo a ella. Licántropo consumado, Wilde no alcanzó la hoguera; fueron suficientes dos años de encierro para consumirlo en carne y ánima. Muy tarde, pues, arribó el Siglo del Destrampe para el primer hombre-lobo de nuestra época. Y luego, a medida que las décadas pasaron, licántropos y vamps fueron ganando impune fotogenia. De modo que si antes la noche fue territorio vedado, abismo insondable y, a menudo, camino corto hacia el patíbulo; el desarrollo de lo que frívolamente llamamos civilización hizo por lo menos más notoria - amén de corpulenta, chocarrera, irreductible- a la bestia nocturna que nos habita y demanda sangre fresca. Muy razonablemente, por cierto.




¿Podemos en verdad vencer a nuestros monstruos? Sí, pero sólo en la medida en que les demos el mismo trato que a las tentaciones: más vale comenzar la pelea doblando las manitas. Después de todo, ¿quién nos garantiza que, luego de tantas y tantas noches de oír ruidos extraños e imaginar su hambriento advenimiento, el Hombre Lobo de quedó con las puras ganas de encajarnos los colmillos? Si los catorce nos sorprenden a las puertas del burlesque, los dieciséis rondando los puticlubes y los dieciocho en lo hondo de un libro de poemas, no dudemos: la bestia nos mordió, y ahora ya no queda más remedio que buscar a los otros de nuestra especie, aunque sea para que nos hagan la valedura de inicarnos en técnicas de aullido. Con el correr del odómetro, una noche nos miraremos a mitad de una tugurio y descubriremos que ya somos, como las criaturas de nuestras pesadillas, animales temibles. (No nos extrañe si al salir del leonero y andar por la banqueta, otros paseantes nocturnos deciden sacarnos la vuelta, cambiar de acera y esquivar al monster. Mister Monster: Yo mero)

Extracto de "Luna llena en las rocas" de Xavier Velasco.





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